Dicen que todos los caminos conducen a Roma, pero los nuestros nos han llevado, indudablemente, a ser lo que somos. Los dueños de las actuales Bodegas Celaya somos los nietos de dos estirpes bodegueras que unieron sus vidas hace muchos años forjando para nosotros un destino único, inevitable y maravilloso.
Dos bodegas y un destino
El amor que surgió entre nuestros padres unió también para siempre el amor a una profesión con una tierra y un proyecto que, bien avanzado el siglo XXI, continúa creciendo día a día sin renunciar a su esencia. Nos sería imposible dedicarnos a otra cosa porque, simplemente, lo llevamos en la sangre.
Dicen que todos los caminos conducen a Roma, pero los nuestros nos han llevado, indudablemente, a ser lo que somos. Los dueños de las actuales Bodegas Celaya somos los nietos de dos estirpes bodegueras que unieron sus vidas hace muchos años forjando para nosotros un destino único, inevitable y maravilloso.
El amor que surgió entre nuestros padres unió también para siempre el amor a una profesión con una tierra y un proyecto que, bien avanzado el siglo XXI, continúa creciendo día a día sin renunciar a su esencia. Nos sería imposible dedicarnos a otra cosa porque, simplemente, lo llevamos en la sangre.
El sabor de la historia
Hacer vinos es un proceso que requiere técnica, aprendizaje y, sin duda, mucho amor. Cada detalle cuenta y cada día requiere poner todo el empeño en hacer las cosas perfectas. Es una filosofía de trabajo, un saber hacer que se hereda, se aprende y se cultiva. Se hereda porque lo llevamos en la sangre desde nuestra cuna.
Lo aprendemos, desde jóvenes, viendo a nuestros antepasados mimar cada tinaja de vino. Y lo cultivamos, por supuesto, invirtiendo a diario en la mejor tecnología y en mejorar nuestros conocimientos. El poso de nuestra historia aporta su sabor a cada una de nuestras creaciones, impulsadas a su vez en los nuevos tiempos.
Hacer vinos es un proceso que requiere técnica, aprendizaje y, sin duda, mucho amor. Cada detalle cuenta y cada día requiere poner todo el empeño en hacer las cosas perfectas. Es una filosofía de trabajo, un saber hacer que se hereda, se aprende y se cultiva. Se hereda porque lo llevamos en la sangre desde nuestra cuna.
Lo aprendemos, desde jóvenes, viendo a nuestros antepasados mimar cada tinaja de vino. Y lo cultivamos, por supuesto, invirtiendo a diario en la mejor tecnología y en mejorar nuestros conocimientos. El poso de nuestra historia aporta su sabor a cada una de nuestras creaciones, impulsadas a su vez en los nuevos tiempos.